14 mayo, 2011


El Cuerpo Generacional
Ressources Humaines (1999) Un film de Laurent Cantet 


Frank, un estudiante de administración de empresas, retorna a su pueblo natal para hacer de practicante en una fábrica en la que su padre ha trabajado como obrero por 30 años. Este no puede más de orgullo al ver a su hijo de cuello y corbata, tratándose de tú a tú con los gerentes. Repentinamente, Frank se entera que están a punto de despedir a numerosos empleados, incluido su papá. No le queda más que tomar partido por los trabajadores, aunque su padre opine lo contrario.

Avocado a un profundo realismo, Cantent no solo describe las dinámicas y jerarquías que dan lugar a la fábrica típicamente moderna, sino también nos narra una historia familiar desde donde se enfrentan los valores y expectativas de dos generaciones con cuerpos distintos: uno rutinizado y de logros acumulativos, el otro flexible y dinámico. Son estos distintos espacios y tópicos que se van entrelazando a lo largo del film los que utilizaré como insumos para trasladar reflexiones personales sobre el cuerpo, en diálogo con el trabajo desplegado por el director francés.

La fábrica en la que Jean Claude Verdeau –padre- ha trabajado por 30 años y en la que recientemente ha ingresado Frank –hijo- para realizar su práctica laboral pareciera ser un tipo ideal de empresa fordista. En ella se observa el despliegue de una organización científica del trabajo con su típica coordinación y control de las tareas. Ya en la primera escena al interior de la fábrica, Cantent distingue las jerarquías asociadas a la labor por medio del uniforme de trabajo: azul para los operarios de máquina, rojo para los supervisores y terno para la oficina y dirección, manifestándose la jerarquización entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, ya no solo desde la vestimenta, sino también desde la espacialidad del lugar de trabajo: Mientras Frank trabaja en el segundo piso pensativamente y en constante diálogo con la dirección para resolver la tarea encomendada sobre las 35 horas de trabajo, su padre se tapa los oídos y opera, al igual que todos allí abajo en la fábrica, produciendo piezas estandarizadas. Esta fuerte parcialización de la tarea no les permite mantener relaciones con los compañeros de trabajo durante el proceso productivo, el cual está asociado a la reducción de los tiempos muertos -reducción de la vagancia- por medio de una cadena de montaje que los lleva a producir al ritmo de la máquina, tal como se observa cuando Cantent realiza un travelling para mostrarnos el trabajo de los operarios, justo antes de la escena donde Jean Claude le enseña a su hijo con orgullo la máquina que ha manejado por décadas. Es ahí cuando vemos aparecer a su superior quien ejemplifica lo aquí expuesto:

Padre: ¿Te dejaron pasar? Esta es mi máquina.
Colocas aquí la pieza. El soldador está allá. El perno se coloca solo en su lugar. Pones la pieza superior…
Con la práctica se pueden hacer 700 piezas por hora.
Superior: ¿Trasnochaste? Disminuiste el ritmo. (Luego de unos segundos)
Así está mejor. Tengo que sacudirte más seguido.

Este know how del operario, sumamente monótono y que se ejerce al ritmo de la máquina está asociado a lo que Marx describiera como un fuerte proceso de alienación del trabajo -el trabajador se convierte en una mercancía- y en el que se tiende a valorizar la dimensión transitiva –lo que aporta el trabajo en cuanto a la producción- por sobre la dimensión intransitiva del trabajo –lo que aporta en cuanto sentido-. Sin embargo son 30 años para Jean Claude en la empresa, ha formado amistades duraderas, el trabajo le ha otorgado estabilidad y recursos para cumplir con el sueño de pagarle la educación a su hijo, tener un lugar donde vivir y un auto para poder movilizarse. Si bien el padre podría estar sumergido en un empleo alienado y monótono, la estabilidad laboral ha sido su conquista y ciertamente el trabajo le ha forjado un carácter basado en el compromiso que ciertamente le proporciona contento, tal como lo refleja un operario al conversar con Frank: 

Operario: Suena tonto, pero la fábrica no es un sueño hecho realidad. No dices: ``Me la paso haciendo agujeros en una placa, que genial´´.  Nadie te dirá eso.
 Pero la vida es así, es duro ir allí todos los días. El primer día que fui a la fábrica y vi a todos de azul, cubiertos de grasa, las espaldas inclinadas en las máquinas...Con todo ese ruido, me dije: ``Esto es el infierno´´. Sólo quería irme. Luego vino el jefe del taller y me puso en una máquina. Me dijo que empiece. De verdad, yo no sabía nada.
 Del otro lado, estaba tu padre. Me vio, observó que estaba perdido y vino a ayudarme... A veces, sin darme cuenta, lo observo. No por el mismo motivo, porque ahora trabajo con los ojos cerrados. Sólo por verlo satisfecho. Al verlo con ese ánimo, me ayuda a soportar mi tarea.

Por otra parte, la realidad de Frank es transversalmente distinta. Su trabajo se rebela a la rutina. Es un trabajo flexible y dinámico, donde el tiempo laboral y familiar no están diferenciados del todo –se lleva trabajo a la casa, por ejemplo- y con una noción del tiempo distinta a la concepción lineal de su Padre –logros acumulativos a lo largo de los años-. Mientras su padre lo incita al ahorro, como lo vemos al momento que va a pagar la cuenta del restaurante, Frank no tiene problemas en endeudarse con créditos bancarios, pagando la cuenta finalmente con su tarjeta de crédito. Ciertamente el cuerpo de Frank es uno que vive con más incertidumbre, un cuerpo que ve en el trabajo la posibilidad de realizarse personalmente, de ser leib y no simplemente körpen. Frank es todo lo que alguna vez su padre soñara que fuera: alguien que supiera relacionarse horizontalmente con sus superiores y que pudiera acceder a los beneficios materiales de la educación. Sin embargo, estos cuerpos de generaciones distintas, pero provenientes de un mismo núcleo familiar comienzan a irritarse mutuamente al momento en que Frank descubre que prontamente se automatizará la fábrica, lo que trae como consecuencia el despido de 12 operarios entre los cuales está su padre.
 La lucha se desata a nivel sindical, pero más profundamente en el lazo familiar. Todo el esfuerzo depositado por Jean Claude para ver a su hijo triunfar se desmorona al momento de ver la radical pelea que mantiene Frank con su jefe en relación a los futuros despidos:

Mamá: No sabes cómo volvió. Llorando, como una mujer. Nunca lo vi así.
Frank: Mamá, tiene que unirse a la huelga.
Mamá: Hay que dejarlo. No luchará. Él lucha por ti, por tu pasantía.
Frank: Le faltaban cinco años para jubilarse. No es mucho.
¿Te parece bien lo que está pasando?
Mamá: ¿Qué ganaste con todo esto? Te echaron a ti también. Ahora son dos.
Frank: Lo mío no importa.
Mamá: ¡Claro que importa! Es aún más grave. No lo soporta.
Frank: Buscaré una pasantía en otro lado. No puedo quedarme en esa empresa.
Mamá: Piensa en tu futuro. Piensa en los sacrificios que hicimos por ti. Piensa en él.
Eres un egoísta.
Frank: No, eso no puedes decirlo.
Mamá: No lo cambiarás, es cabeza dura.
Frank: Tiene que cambiar. Tiene que reaccionar, hacerse cargo.

Padre e hijo representan el cambio de una época que el director logra rescatar desde la simpleza del lente. La masificación de la educación, el acceso a las nuevas tecnologías de la información junto con la apertura de los mercados locales al extranjero han traído consigo un sector laboral crecientemente especializado que trabaja cada vez más con el conocimiento y cada vez menos dependiente de la mano de obra no calificada –crecientemente reemplazada por máquinas-, lo que no quiere decir en absoluto que ésta última haya desaparecido, sino más bien poner el acento en que el nuevo trabajo basado en conocimientos específicos nos ha llevado a habitar un mundo muchas veces desconocido para nuestros padres. Las elevadas tasas de divorcio en los países desarrollados, el declive del capital social y la individualización contemporánea han sido, a mi parecer, algunas de las consecuencias que ha traído consigo esta modernidad líquida o sociedad del riesgo, como la llaman algunos. 

Sobre estos aspectos –y muchos otros-, Laurent Cantet nos invita a reflexionar desde un lenguaje cinematográfico que tiene la fuerza de narrar con contenido y en imágenes la transición de ciertos procesos sociales que muchas veces no logramos desnaturalizar, aceptándolos sin cuestionarlos más allá de la transparencia de nuestro día a día. El guión y la cámara han sido suficientes para llegar con inteligencia en lo profundo de nuestra sensibilidad, sin tener que recurrir a otros mecanismos –como la música, por ejemplo- que logren con mayor probabilidad emocionarnos. 

En este viaje –desde que Frank llega en tren hasta cuándo se va en el- difícilmente nuestro cuerpo podrá quedar indiferente.