24 junio, 2011


La Batalla de Chile: La insurrección de la burguesía
  (Patricio Guzmán, 1975)


“El poder sólo es realidad donde palabra y acto no se han separado, donde las palabras no están vacías y los hechos no son brutales, donde las palabras no se emplean para velar intenciones sino para descubrir realidades, y los actos no se usan para violar y destruir sino para establecer relaciones y crear nuevas realidades”
Hannah Arendt

Kant, Bauman y Ricoeur: El  mal en la Alameda y otras calles del 70`

 La primera parte de “La Batalla de Chile: La insurgencia de la burguesía” toma lugar durante las elecciones parlamentarias seis meses antes del golpe de estado, espacio donde el director, a través de entrevistas informales en las calles de Santiago se enfoca en las reacciones cotidianas ante los cambios políticos que despertaba la presidencia de Salvador Allende. El documental refleja una época de nuestra historia en que parte significativa de la sociedad se encontraba movilizada y activa. Los espacios públicos constituían el escenario de los individuos para expresar sus opiniones y demandas, pero sobre todo para manifestar su rechazo hacia el grupo opositor. Las grandes avenidas eran lugares de permanente conflicto y enfrentamiento entre grupos con ideologías antagónicas y radicales, muy lejos de reflejar el ideal griego de la polis -donde el espacio público era concebido como el lugar del reconocimiento mutuo entre ciudadanos-.
En el discurso marxista más ortodoxo que se desprende de algunas entrevistas a obreros observamos la justificación de esta situación como irrefrenable, inminente y, más aún, fundamental: la lucha de clases ha de ser llevada hasta sus últimas consecuencias. Del otro lado, los partidos opositores no se muestran menos dispuestos a tales consecuencias: el gobierno de entonces “debía ser removido de inmediato por cualquier medio”. Este enfoque poco problematizado desde la cinematografía local, abre espacios para un debate sociológico del mal en la realidad chilena durante los años setenta, el cual intentaremos abordar con algunos trabajos de Kant, Bauman y Ricoeur.
 Con Kant ya observamos una aproximación pragmática del mal en las calles de Santiago, donde “la maldad” ya no queda definida desde una naturaleza extrahumana característica de las sociedades tradicionales –algo así como los personajes de Macbeth-, como tampoco desde la naturaleza humana biológicamente inmutable –como una predisposición genética a la maldad-, sino que se desarrolla a partir del uso de la libertad y la razón, donde lo moralmente malo no es sino nuestra propia acción (1975). En esta línea, la reducción del otro en tanto “enemigo” y su consecuente objetivación captada por el lente de Guzmán da cuenta de  que la amenaza del mal radica primariamente en el discernimiento que antecede a la acción, y que en las calles de Santiago se muestra fragmentado por el limitado espacio que deja la ferviente polarización política de la época.
 Desde la sociología contemporánea, Zygmunt Bauman también propone que el mal no es algo metafísico. Más bien de lo que se trata es sobre la falta de empatía -Einfühlung- en una sociedad. Según Bauman el mal se encuentra en el daño que uno puede causarle a otro por la incapacidad que tiene ego de ponerse en la situación de alter, descrito mayormente por la maquinaria nazi en su libro “Modernidad y Holocausto”. 
 Haciendo el vínculo con la experiencia chilena de los años 70`, el extremismo político fue creando las condiciones sociales para el golpe de estado y el consecuente régimen dictatorial y opresivo al que dio inicio. En este contexto el documental destaca el momento cuando la oposición derechista no gana los 2/3 del congreso necesarios para impugnar al presidente legalmente, lo que gatilla la movilización burguesa para generar todas las condiciones posibles que faciliten su alzamiento vía un golpe de estado. A modo de ejemplo, el documental nos muestra cómo la burguesía desarticula la entrega de alimentos al mismo tiempo que sale a la calle en protesta para crear un sentido de caos y polarización social. Es decir, la oposición comprende que la estrategia demócrata ya no le sirve y empieza a crear un ambiente de violencia para promulgar la nueva estrategia del golpe de estado.
 En el articulo “El Mal: Un desafío a la filosofía y la teología” de Paul Ricoeur se nos ofrece otra interpretación que ayuda a entender el mal. Ricoeur arguye que el “principal sufrimiento es la violencia que el hombre ejerce sobre el hombre: en verdad hacer mal es siempre, directa o indirectamente, perjudicar a otro y, por tanto, hacerlo sufrir” (2000). En otras palabras, la imposición de una persona sobre otra es la causa del sufrimiento en el mundo. En consecuencia, y complementado con la teoría de Bauman, se podría deducir que la capacidad de perjudicar a alguien conscientemente resulta de una falta total de empatía.
Las teorías de Bauman, Ricoeur y Kant sirven no solo para entender el mensaje del documental en tanto crítica de la política extremista que promovió el golpe de estado y la consecuente dictadura chilena, sino también nos invita a realizar una apertura reflexiva sobre los efectos indeseados –y muchas veces no cuestionados- de la polarización que tantas veces ha tenido cabida en nuestra sociedad moderna. Sin embargo, esbozar la falta de empatía que la polarización conlleva desde la acción resulta ser sólo una dimensión de la falta de reconocimiento por el rostro del otro y consecuentemente, de la experiencia del mal. Es por ello que creo igualmente necesario tematizar en “La batalla de Chile” la polarización que habita ya no solo desde la acción humana, sino también desde su fundamento: la palabra.

En la Alameda nadie escucha a nadie y tu menos que todos

Paralelamente a la óptica esbozada más arriba desde el mal, el enfrentamiento ideológico se expresa fuerte y claramente en el lenguaje utilizado por cada uno de los bandos. El uso de palabras como compañero o camarada constituían el modo de comunicarse entre gran parte de los ciudadanos en tiempos de la Unidad Popular. La estigmatización del lenguaje dificultaba, o más bien impedía del todo, la comunicación, pues finalmente no se escuchaban unos a otros entre los insultos y las recriminaciones. No existía voluntad alguna por lograr un consenso, pues toda acción y discurso estaba guiada por un interés y no orientada al entendimiento. Esta es la distinción que hace Habermas entre acción comunicativa y acción estratégica, donde la primera está orientada al entendimiento y permite generar consenso, mientras que la segunda está orientada al éxito y por lo tanto no establece pretensiones de validez susceptibles de crítica, es decir, no establece como condición el consenso para el desarrollo de la acción; si el acto de habla no genera aceptación en el interlocutor, se establecen pretensiones de poder, como lo pueden ser la amenaza de coacción física -la violencia-.
Observamos cómo en el caso de Chile el golpe de Estado manifiesta claramente el bloqueo hacia todas las formas posibles de comunicación, donde el lenguaje humano y su potencial comunicativo y consensual se ve menoscabado al llevar a cabo la acción a costa de todo, cumpliendo cabalmente el lema nacional: “por la razón o por la fuerza”.
En lugar de reconocer en el lenguaje la herramienta más poderosa del hombre para generar orden social y dejarse llevar por la “coacción no coactiva del mejor argumento”, la oposición, al ver agotadas todas sus otras posibilidades, opta por el camino de la violencia para poner en obra un estado de cosas en el mundo que obedecía a los intereses egoístas de una clase, en detrimento de una gran mayoría. Esta acción estratégica pone de manifiesto un lenguaje despotenciado, que ha perdido su capacidad de integración social. El contexto social y político en el que se enmarcan estas acciones es de una polaridad tal que la comunicación se hacía prácticamente imposible.
Las bases de la democracia se barren por completo, se disuelven las instituciones y se dispersan los individuos bajo la amenaza de la violencia. Así es como la fuerza pasa a reemplazar al poder, pues “mientras que ésta (la fuerza) es la cualidad natural de un individuo visto en aislamiento, el poder surge entre los hombres cuando actúan juntos y desaparece en el momento en que se dispersan” (Arendt, 1958). A esto apuntaba precisamente una de las consignas de la UP: “Crear, crear, poder popular”, lo que se opone radicalmente a aquella expresada por los trabajadores en huelga de la mina El Teniente, quienes supuestamente debieran haber adherido al movimiento popular en apoyo del “gobierno del Pueblo”. Tal consigna era simplemente: “Huelga, sí. Política, no”. Esto significa una enorme herida moral al presidente Allende y a los trabajadores que lo apoyaban, además del impacto que la huelga tuvo en la economía del país, con millones de dólares en pérdidas.
El “ojo por ojo, diente por diente” que proclamaban los trabajadores tras el asesinato de Ahumada jamás se concretó del todo, pues las fuerzas armadas se impusieron con todo el peso de la violencia sobre el país, fragmentando aún más los lazos sociales y la solidaridad.
La lección de todo esto es la necesidad de revalorizar el potencial de integración social del lenguaje humano; orientarlo hacia el entendimiento y, de este modo, al consenso. Si comprendemos bien las posibilidades que esto ofrece, no será más nunca necesario recurrir a la fuerza, sino que más bien apuntar a crear poder, aquello que “mantiene la existencia de la esfera pública, el potencial espacio de aparición entre los hombres que actúan y hablan” (Arendt, 1958: 223). 

La batalla de Chile: La insurrección de la burguesía se erige como un documental necesario para conservar nuestra memoria histórica, al mismo tiempo que nos permite reconocer en el rostro del otro ese sufrimiento latente de aquellos días donde la falta de empatía llevó al hombre a ejercer la violencia sobre el hombre, donde los actos fueron utilizados para violar y destruir la alteridad del otro y donde la palabra nunca fue más impotente a la hora de generar un puente comunicativo entre dos grupos que se gritaron innumerables veces por la Alameda. Solo cuando palabra y acto sean reconocidos en el descubrimiento del rostro ajeno es cuando la batalla de Chile haya finalmente cesado. Hasta entonces, las batallas continuarán cambiando sus campos de acción y otros continuarán desocultando sus mecanismos –cada vez más simbólicos- para generar esa maduración de la conciencia que la libertad humana reclama.