Hacer un ranking se nos debiera hacer a todos una
tarea fácil y entretenida de emprender. Es una actividad cotidiana. En muchos
dominios de nuestra vida establecemos categorías para clasificar y ordenar. La
mayor parte de las veces puntuamos al entorno con el objetivo de ahorrar
energía y tomar de él lo que nos resulte grato, conveniente, familiar. Con el
cine, para aquellos que disfrutamos de su compañía, pasa algo similar. Y aquí
el ejercicio es doble, o más bien uno con dos pretensiones opuestas. Primero, es
un ejercicio de identidad personal -la
relación que toda entidad mantiene solo consigo misma-. Segundo, es un
ejercicio de identidad grupal o cultural, un conjunto de valores, símbolos y creencias
que se pretende proyectar para buscar aceptación en una comunidad de interés.
En definitiva, tiene algo de vocación, de sobrevivencia, de vanidad y de
pretensión. Al menos eso fue lo que se me vino en mente al seleccionar mis
películas favoritas del año y decidir esbozar razones.
Es un ejercicio personal, a ratos ascético y tedioso
-me impongo el deber de escribir antes que solo disfrutar el placer de
clasificar- pero entretenido por donde se lo mire, para aprender a ver más y
mejor sin dejar de ver lo menos y lo peor. Y es también un ejercicio con
pretensión de compartir cine, como el cartógrafo que crea el mapa de un
territorio destacando los lugares que le parezcan relevantes según su propia
brújula y criterio. También es un ejercicio de aceptación, que eso quede claro,
aunque uno se sienta un poco desnudo al decirlo.
Basta de justificaciones. Sólo una aclaración
metodológica.
Las películas seleccionadas corresponden al universo
de todas las películas vistas durante el año (unas 100 para redondear, o 2 a la
semana si prefieren), la mayoría gracias a la oferta disponible de internet, un
tanto en ciclos de cine y otras pocas en
festivales, aunque en este último punto debo reconocer que mi participación ha
sido muy pobre. Están quedando fuera potenciales películas clasificadas que aún
no he visto pero seguro veré en los próximos días.
Segundo, los criterios de selección han sido de guata
y las razones que comentaré en cada una de ellas se deben al gusto y la
interpretación de quien les habla, un tipo que en su vida ha tocado una cámara
de cine que funcione, pero que tiene una Súper 8 en el pedestal de su casa como
si fuera su gran muza. En otras palabras, un fetiche.
Por último. Las películas no están en orden de
preferencia, aunque si en orden de espontaneidad en la crítica esbozada -de
mayor a menor-
Amour
M.
Haneke, 2012
Parto con Amour, una de las últimas películas vistas en
el año, y quizá de las primeras que quise ver. Es que de alguna manera, el cine
de Haneke siempre me ha generado altas expectativas. Su mirada es rigurosa,
cada escena pareciera contener más de lo que logro captar. Para ver a Haneke
viene bien la recomendación de Borges sobre la lectura: “Releer es siempre mejor que leer”. Pero con esto no infiero que su
cine sea difícil de apreciar. Haneke en general, y Amour en particular no es un
ladrillo como leer a Kant. Se disfruta como un drama, y se entiende conectado a
la realidad ordinaria. Que más común –y desafiante- retratar la vejez de una
pareja que ha llegado a sus 80, y que más dramático –y común- soportar la
agónica enfermedad de uno de ellos.
Amour es un drama, pero al mismo tiempo una historia
de amor ¿No es acaso el desenlace de Amour una insoportable fatalidad sobre el
amor?
Con Amour no puedo imaginar a un joven cineasta
llegando a tal profundidad en el enfoque, sospecharía de tanta sensibilidad,
tanta empatía, de diálogos tan eficientes.
A mi gusto es una de las mejores películas de Haneke,
porque conserva toda su lógica y talento cinematográfico, y porque le adhiere
la sabiduría de la vejez. Mal que mal Haneke ya está en sus 70, y Amour termina
siendo un gran testimonio de la ancianidad.
Moonrise
Kingdom
W. Anderson, 2012

Si se recomienda ver más de una vez el cine de Haneke
para comprender mejor el drama, se recomienda también ver más de una vez las
películas de Anderson, aunque aquí la pretensión sea absolutamente distinta. En
este caso el impulso es menos de fondo y más de forma. Los recursos que utiliza
para comunicar los mensajes están siempre cruzados por un meticuloso cuidado de
la estética, siendo a veces el significante -imagen- más importante que el
significado. Es cosa de detenerse y observar cada composición de colores en
Moonrise Kingdom: La encargada de Servicios Sociales (Tilda Swinton) está
siempre rodeada de colores fríos –azules, blancos- que nos habla de su personalidad,
o en la escena que Capitán Sharp (Bruce Willis) telefonea a la supuesta familia
del scout fugado Sam (Jared Gilman) y que resultan ser unos padres adoptivos
que no desean recibirlo. Más allá del contenido, ojo en la composición estética,
todo parece estar minuciosamente ordenado: la chaqueta combina con las
cortinas, la mesa con el ventilador, el teléfono y la puerta, el termo con el
mueble, etc. Una imagen vale más que mil palabras, y lo que en este caso muestra
es que Anderson es un tipo extremadamente cuidadoso, amante del detalle y que
probablemente no siempre sea grato trabajar con él, sobre todo si estás en dirección de arte: más de una vez te va a
joder.
Este es un rasgo transversal en el cine de Anderson,
y lo mismo sucede con su estilo para filmar. Tiene estilo, valga la
redundancia. Diría que sus encuadres, la fotografía, sus planos de secuencia,
han pasado a ser un paradigma en las escuelas de cine, no sé si por su
eficiencia o su originalidad, pero cada vez comienzan a verse más a menudo en
directores emergentes.
Con Moonrise Kingdom repito el patrón que utilicé con
Amour. Esta película tiene todo el talento de Anderson y a mi gusto,
corrige un error que para otros puede
significar la virtud de su mirada. Es que el cine de Anderson siempre me ha
parecido grandioso en la propuesta visual, pero inconexo en el contenido. Al
cabo de ver sus películas siempre he quedado con esa sensación ambivalente,
algo no termino de hilar en su humor dramático. Me sucedió con Bottle Rocket
(1996), Rushmore (1998), The Royal Tenenbaums (2001) mucho con The Life Aquatic
with Steve Zissou (2004) y algo menos con The Darjeeling Limited (2007). Con
Moonrise Kingdom nada de eso me paso, todo lo contrario. Por primera vez
disfrutaba una obra en su conjunto, cada vez que la volvía a revisar encontraba
más riqueza en su guión tanto como en su estética. Era predecible entonces que
mi comentario al salir del cine fuera tan tajante: esta película es una bomba.
Tabu
M.
Gomes, 2012
Con Tabú la experiencia es distinta. De partida, no
sabía quien fuera Miguel Gomes, su director. Segundo, no habían expectativas de
por medio. Como diría el merchandising: “La sorpesa del año”, “Gomes filma como
escribiera Pesoa” “Una película que no puedes dejar de ver”. Al final,
aunque no lo quiera creer, hacer un ranking es todo eso también.
Al enterarme que se trataría de una película filmada
en blanco y negro, que la mayor parte del relato transcurriría en un flashback
con una voz en off narrando el pasado, sin diálogos y con solo algunos efectos
de sonido, no imaginé necesariamente que vería una película de carácter
experimental, más bien pensé en un cine de antaño, con el cual tuve siempre un
torpe prejuicio: juzgaba sin tener siquiera conocimiento de lo que juzgaba. Pura
ignorancia.
Tampoco sabía que fuera una película rindiéndole
homenaje al cine mudo. Leyendo un artículo de Carlos Reviriego me enteraba que
la última película que realizara W.Murnau se llamaba Tabú (1931), siendo el
mismo director -el más grande cineasta de la historia por lo demás, según Eric
Rohmer- quien viajara a las islas Bora Bora para filmar la trágica historia de
un romance prohibido. Para quienes ya hemos visto Tabu (2012) suena a historia conocida. Para los que no la
hayan visto aún, que suene como incentivo.
A Gomes se lo reconoce como un autor experimental,
audaz y posmoderno. Tabú apela a universos oníricos, divide el relato en dos
bloques, juega con el tiempo: Paraíso -el presente- y Paraíso Perdido -el
pasado-. Es en definitiva una película desobediente con la cátedra con un público
diría yo, que la termina aceptando, porque con todo, Tabú (2012) tiene mucha
coherencia y justifica sus recursos. Es además, una película que utiliza la
fórmula secreta del cine: chico conoce a chica,
luego chico y chica se enamoran, pero saben que su romance es uno
prohibido, un tabú.
El Último
Elvis
A. Bó, 2012)
Se hace difícil ponderar esta película con la
espontaneidad que se ponderara a las anteriores, con directores tan consagrados
como Haneke y Anderson, y con una Tabú cargada de propuestas saludables para el
cine de autor. Me resistía a darle la medalla y sin embargo aquí está entre las
favoritas. Ahora con gusto doy las razones.
Para partir, El Último Elvis es la opera prima del argentino Armando Bó,
cineasta emergente proveniente de una familia dedicada al rubro (nieto del
director Armando Bó, hijo del actor y productor cinematográfico Victor Bó). Poco sabía entonces lo que pudiera
resultar de su propuesta como director. Algunos
apuntes tenía de su trabajo como guionista leyendo un blog de Diego Batlle: Biutiful
de A. Gonzalez Iñárritu, había sido escrita por Bó y Giacobone, pero eso no me
era suficiente para juzgar.
Primero que todo, un aplauso para ser su primera realización.
El Último Elvis es una película convencional, clásica desde lo narrativo,
aunque no por eso menos arriesgada. Segundo, el trabajo visual es de primera
categoría y un soporte necesario para desarrollar el clima y los estados anímicos
por los que atraviesan los personajes. La casa en Avellaneda de Carlos
Gutiérrez (John Mclnerny) lo ejemplifica en parte, como también ejemplifica el
cuidado que se le presta a la selección de locaciones -muy atractivas por lo
demás-, casi siempre con un aura melancólica y tonos ocres para aludir estéticas
setenteras.
Segundo, la actuación de John Mclnerny en el papel de
Carlos Gutiérrez, el imitador de Elvis Presley, es simplemente brillante. Que
quede claro, John Mclnerny no es actor, su profesión es la arquitectura y alguien
que por los sábados le rinde tributo a Elvis con su banda “Elvis Vive”.
Naturalmente un no-actor pierde mucha fuerza cuando toca desarrollar escenas
densas a lo largo de una obra, y esta no es la excepción, pero en los seductores
planos musicales, que son la carne de esta película, Mclnerny es el rey, es El
Último Elvis.
Tenemos entonces un director primerizo trabajando con
un arquitecto como imitador del Rey del Rock. Todo indica que el resultado sea
probablemente desastroso -por eso no creo en las estadísticas, o más bien en su
producto, las predicciones-. Tenemos además, una reflexión interesante que atrae
por su vigencia y masificación: la imitación. ¿Acaso no se nos viene de
inmediato en mente ese conocido –familiar, amigo, vecino- que pretende ser
alguien que no es? En este respecto, El Último Elvis nos recuerda a la interesante
película de H. Korine, Mister Lonely (2007) donde Diego Luna representa al rey
del pop: Michel Jackson. Era de esperar: Elvis no podía quedar fuera de este
juego, y esta película le rinde un digno tributo. El Último Elvis es por lejos
la mejor propuesta vista en el año de los directores emergentes. Chapeau.
Killing them
Softly
A. Dominik, 2012
De haber elaborado
un ranking el 2007 –muy buen año cinematográfico por lo demás-, sin duda que
Dominik habría estado con The Assassination of Jesse James by the Coward Robert
Ford (2007). Pero no lo hice, por eso este año corría con ventaja y reconozco
que lo selecciono con un ojo a medio cerrar.
En este film,
Dominik sigue indagando en el mundo criminal de los EEUU. De los cowboys en el
oeste se pasa a la mafia contemporánea, al submundo del hampa en el sur del
país. Y lejos de las balas, la sangre y la acción que se esperaría de una
taquillera película gansteril, Killing them Softly está construida a base de
largos diálogos, una película “Tarantino-esca”
como la ha tratado la crítica. Es cierto, la mayoría de los diálogos
transcurren en un automóvil, también es cierto que las conversaciones, previas
a las escenas de violencia, son tan banales como las del Royale with Cheese de Pulp Fiction. Acá sin embargo, el crimen, la
violencia y la corrupción –tópicos cotidianos entre los personajes- se
yuxtaponen a los discursos de Obama y a la situación política y económica de Norteamérica.
El submundo criminal y la política estatal parecieran correr en la misma
dirección. Perturbadora película, sobretodo su inicio -inevitable no recordar No Country for Old Men (2007), de los
hermanos Coen-
Otro tanto con
respecto al guion. Dirigir una película así, con diálogos tan largos no es una
empresa fácil de emprender. En esta apuesta, Dominik encuentra interesantes
maneras de transmitir tensión, se atreve con apuestas visuales aunque a ratos
parezcan sacadas de contexto -me refiero específicamente a las alucinaciones de
Russell-
Killing them Softly
es una película que mezcla explícitamente ficción y realidad, una fórmula
enteramente cinematográfica. Que a veces la realidad supere la ficción es una
buena etiqueta para esta propuesta aunque el acento esté puesto en los aspectos
negativos, al menos cuando de política y mercado económico se trata.
Otras
películas destacadas
Holly Motors
L. Carax, 2012
No
P. Larraín, 2012
Rust & Bone
J. Audrilard,
2012
Into the Abbys
W. Herzog, 2012
La Guerre est Déclarée
V. Donzelli, 2011