06 agosto, 2013

SPRING BREAKERS: Hacia una tipología del artista desde el cine de Harmony Korine



La última película de Harmony Korine, Spring Breakers (2013) ha desatado una incómoda e insoportable acogida por parte del establishment cinematográfico y el público general. The Guardian Film Show Review la ha definido como “un poco de pop y un poco de basura” y a Korine como un director irritante, repetitivo y descerebrado. Algo similar sucede con la página web Internet Movie Database (IMDb) donde Spring Breakers alcanza una escasa puntuación de 5.6/10.

Ciertamente la imagen de Korine como alguien irritante, repetitivo y descerebrado nos hace pensar en un cineasta carente de encanto y creatividad. Sin embargo, es en esos calificativos donde a mi juicio se esconde también la particularidad en la mirada que todo artista requiere, y que como describiré a continuación son indispensables para comprender toda obra de arte.

El antropólogo visual Alfred Gell, analizando el trabajo de Marcel Duchamp argumentaría que las obras completas de un artista no son pura acumulación. En cada una de ellas está siempre presente el sello del creador, un patrón que las distingue del resto y que al mismo tiempo las vincula al conjunto de las obras, ya que es en el artista donde existe una corriente de energía creativa que representa al todo dinámico y estable desplegado en las obras particulares. Ya sea a través de una técnica, una estética, un tema, un género  o un lenguaje determinado, el cineasta no queda ajeno a esta clasificación. Me parece pertinente pensar entonces en el índice del artista –su filmografía- como el lugar donde se asoma con mayor claridad lo que considero un requisito fundamental para esbozar una tipología del arte, esto es la existencia de una pregunta.

Las películas de Korine -desde su participación como guionista en Kids (1995) hasta su más reciente proyecto Spring Breakers- dan cuenta de un director que pone la mirada en los márgenes de lo soportable. Unas más y otras menos, sus películas incomodan, ya sea desde la guata o desde los principios morales. Gummo (1997) por ejemplo responde al primer extremo, una película gore que despliega secuencias tan insoportables como la violación de una niña mentalmente discapacitada por un oscuro y drogadicto adolescente. Mister Lonely (2007) por otro lado se acerca a un cine visualmente más amable, pero no por ello menos innovador en su lenguaje. Los márgenes aquí siguen siendo indefinidos para lo que acostumbramos ver en la industria cinematográfica. En Mister Lonely recordarán a las monjas arrojándose desde un aeroplano en bicicleta, sin protección alguna más que su propia fe, o las predicaciones del sacerdote Werner Herzog ante un hombre que ha sido infiel. Y aunque la apuesta pueda parecer desanclada al resto del relato, es en ese riesgo y método donde Korine logra dar sustento y profundizar la belleza de lo que está filmando. La analogía religiosa nunca deja de ser funcional para empatizar con el mundo interior de Michael Jackson (Diego Luna). Así vemos que en el cine de Korine siempre está la interrogante, la pregunta que madura. Los márgenes indefinidos de la forma y el contenido subversivo de su cine son un indicador de lo que busca. Al menos, eso siempre se encuentra en su filmografía.

La existencia de una pregunta viene siempre acompañada de otra característica capital en este ejercicio: la disposición a la experimentación. Experimentar es requisito para el trabajo creativo, y en gran medida también, para la adaptación y transformación del hombre con su contexto. En una reciente entrevista a propósito del oficio del director, Korine diría que su mirada no pretende describir la realidad, sino más bien crearla, manosearla y explorar en lo que ella nos entrega para trabajarla desde su forma y contexto. A modo de ejemplo, en Spring Breakers el plot se construye como un collage –utiliza una cronología desordenada que ayuda a mantener el suspenso-, una lógica lúdica y muy estimulante visualmente que aparece con el dadaísmo. Es desde esa forma que Korine filma el mundo del pop, con su estética y su música, consiguiendo emocionar hasta aquellos que nos sentimos ajenos a dicha cultura. Tampoco hay coincidencia con el casting: Faith (Selena Gomez) es un esperanzador enlace para acercarnos al mundo cotidiano del pop.

Finalmente, una tercera característica que debe atravesar el oficio del cineasta como artista es la existencia de una creencia. Por creencia entiendo aquí una convicción otorgada por la propia experiencia que busca ser comunicada en la pantalla, la fuente desde donde florece toda inquietud. Ciertamente este impulso es distintivo a la hora de diferenciar al cineasta como artista del cineasta comercial o de grandes estudios. En palabras de Tarkowski:

“El artista comienza allí donde en su idea o en su propia película surge una estructura propia e inconfundible, de las imágenes, un sistema de pensamiento propio en relación con el mundo real, sistema que el director deja luego expuesto al juicio del público, al que ha comunicado sus más profundos sueños. Sólo si presenta su propia visión de las cosas, sólo si así se convierte en una especie de filósofo, el director es realmente un artista y la cinematografía, un arte”


La apuesta de Korine no ha encontrado eco en las grandes salas comerciales, tampoco el encanto de los críticos del circuito cinematográfico. No es el primero y con toda certeza tampoco será el último. Basta mirar en la historia para encontrar una y otra vez este galope a contrapelo en el que el arte se abre camino. A Korine se lo cataloga de irritante, repetitivo y descerebrado, y aunque sin pretenderlo, en esa crítica se ofrecen algunos lineamientos que he buscado aclarar en este artículo: una mirada que se consolida en el tiempo, un cine con sello propio que ofrece márgenes indefinidos de la forma y el contenido de lo que narra. Sin duda, una contribución al campo cinematográfico.


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