04 febrero, 2011

La Teta Asustada, de Claudia Llosa (2009)

 

Comentario (300 palabras)

Pareciera plantearse una paradoja -quizá inintencionada- a lo largo de esta película, entre dos esferas que responden a un distinto orden de realidad. Me refiero a la dimensión técnica y la dimensión cultural, es decir, al nivel de los objetos como el uso de cámara, fotografía y montaje, y al nivel de las representaciones simbólicas referido al contenido cultural explicitado  en el film.

En relación a la primea dimensión se aprecia -y esto sí que ha sido intencionado por quien lo dirige- un trabajo minucioso y a ratos obsesivo de las tomas seleccionadas, en donde los planos parecen responder a un criterio estético por sobre cualquier otra preocupación. A modo de ejemplo, vemos recurrentemente a Fausta como un recurso que dota de movimiento a los estáticos encuadres para generar juegos de luces y experimentos perceptivos  que ponen de manifiesto la pulcridad y sensibilidad femenina de la directora Claudia Llosa. Con esta vocación por el detalle, se nos muestra  un Perú desértico y de colores, haciendo del caos y el exceso latinoamericano una imagen ordenada y precisa. Y es justamente en este punto donde la dimensión cultural reclama su espejo en la técnica, no pudiendo expresar fielmente su cultura ritual. 

Con ello no digo que las fiestas,  las creencias populares y los ritos funerarios desplegados en el film no respondan, culturalmente, al panorama andino. Lo que indico, más bien, es que la representación cinematográfica adoptada se sitúa en una distancia ontológica de la dimensión cultural, lo que ciertamente invita a preguntarnos por la hibridad que resulta de todo esto y por la siempre interesante dicotomía contenido/forma.

La Teta Asustada es el encuentro entre un trabajo riguroso y de una precisión fílmica propia de la experimentación técnica, junto a la sobreabundancia de vitalidad y gratuidad ritual que despliega la cultura peruana.

Pareciera ser que el exceso de maquillaje nos ha entregado un film que se luce en los salones bajo la mirada del extranjero, pero que posiblemente no pueda ser apreciado con el rostro más fiel, y por cierto más bello, de la cultura andina. Esta lejanía entre la imagen desplegada y la identidad andina termina por convencerme de la hibridad de nuestro continente, disfrutando la pulcridad de Llosa y el desorden del Perú, y lejos de encontrar concilio en ambos planos, simplemente termino deleitando la paradoja de nuestra latinidad actual.